Su mirada siniestra recorría todo el pasillo, sin detenerse en aquellos pequeños detalles que cubrían las paredes, aquellos cuadros raídos abandonados desde hace mucho o aquellos candelabros caídos sobre la alfombra que brillaban tenue mente bajo la luz que se colaba por la ventana.
Sus pasos rápidos resonaban cruelmente entre la oscuridad, aquel frenesi que escondía tras sus ojos a cada instante que transcurría se intensificaba, buscando desesperadamente. Su cuerpo aun cubierto de sangre, no mostraba signos de cansancio... y su mente, los ecos de las voces en quienes había vertido su propio sangre parecían gritar entre ellas buscando ser escuchada alguna en especial. La poca cordura que parecía quedar en el se mantenía aferrada a aquellos gritos, a aquellos pasos fríos y rápidos con los que recorría la mansión, a ese frío estremecedor que calaba cada milímetro de su piel y aun ello incitándolo a seguir; cual fiera en busca de su presa.
Pronto sus pasos se detuvieron y su mirada se fijo en aquella gran puerta de madera. Sus latidos parecían querer atravesarlo, y su respiración se detuvo por apenas unos instantes antes de cruzar las puertas con un grave sonido de estas al ser abiertas. Sus manos tentaron la espada que sujetaba firmemente desde hace unas horas, sus nudillos se tornaban blancos debido a la fuerza con la que la sujetaba.
Entonces lo vio, de pie muy cercano a la ventana. Aquel rostro impávido se encontraba nuevamente allí, lo odiaba ... deseaba destrozarlo lentamente con sus propias manos; aquella espantosa perfección que lo cubría como todos de su especie.
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